Lo tenía claro; el peor de los silencios era el del dolor.
Peor que el de la vergüenza, que el de la derrota, la indiferencia o el de la duda.
Un silencio que en realidad se moría por gritar amargamente hasta que su intenso timbre, se quedara para siempre alojado en forma de pitido en los oídos.
Nunca se debe subestimar el poder del dolor.
Nunca se debe confiar plenamente en alguien.
Nunca sabremos toda la verdad.
Mi mito se golpea, y por cada golpe, la que sangra soy yo.
Mi mito se erosiona, pero la que se rompe en mil pedazos soy yo.
Mi mito desaparece y mi dolor es tan insondable que ya no soy, ya no existo, ya no.
Y si sigues el rastro de sangre, oirás ese silencio inducido, ese dolor ahogado, por la pérdida de mi último mito humano, al que siempre buscaré por si algún día vuelve a nacer.