Mi ángel, mi todo, mi otro yo.
Hoy solo he podido escribirte unas líneas a lápiz, el tuyo…
Hasta mañana no sabré con seguridad donde voy a alojarme,
siento que vivir así no tiene sentido ¿por qué este profundo pesar? si estuviéramos
juntos dejaríamos de sentir este amargo dolor.
Allá donde voy, tú estás conmigo.
Pronto viviremos juntos y
que hermoso será…
Tengo que verte, por mucho que me ames, yo te amo mas. Nunca
te escondas de mí.
Mientras estoy en el lecho mis pensamientos vuelan hacia ti,
mi amada inmortal; algunos son felices, otros tristes, con la esperanza de que
el cielo nos escuche.
Solo puedo vivir enteramente contigo o no vivir.
Sí, así debe ser.
Ahora debo irme a dormir, cálmate amor, hoy, ayer…cuanto he
llorado mi anhelo por ti.
Tu eres mi vida, mi todo; ahora me despido, sigue amándome.
Siempre tuyo, siempre mía, siempre nuestros.
Ludwig Van Beethoven.
Hay hombres irrepetibles...hay sentimientos tan profundos, que trascienden el tiempo y todo lo que se interpone en su camino. Hay amores inmortales... y este fue uno de ellos.
En cada letra, se palpa, se percibe y saborea la tortura constante y la fuerza de ese amor, que vencido por las circunstancias dejó un legado de sueños rotos y promesas sin cumplir; pero que también dejó el listón demasiado alto para los nuevos amantes y su concepto del amor, pues yo creo que ya no existe ni existirá el amor inmortal.
Y esto no deja de ser una petición desesperada de que alguien consiga sobrepasar mi tozudez y me demuestre que me equivoco. Nada me gustaría más...